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Cristo le tendió la mano, y ella a su vez tiende la mano a los demás

Actualizado: 8 nov

M. durante su formación en la elaboración de productos lácteos


Por Marie Angèle Diatta (Embajadora WWO)


Me llamo Marie Angèle Diatta, ex Presidenta de la Asociación de Mujeres Católicas de la diócesis de Ziguinchor, en Senegal. La historia que voy a contarles es la de una joven llamada M. (mantendremos el nombre en anonimato), que encontró la paz gracias a nuestra asociación.


«M. renegó a Cristo por causa del amor». M. volvió a encontrar a Cristo gracias a la Association des Femmes Catholiques de Ziguinchor. Actualmente, M. se compromete a servir a Cristo en el seno de la Association des Femmes Catholiques de Ziguinchor.


Cuando tenía 19 años, M. se enamoró de su vecino, un hombre musulmán ocho años mayor que ella. A pesar de la desaprobación de sus padres, abandonó la Iglesia católica para hacerse musulmana. Una vez islamizada, M. se casó con su enomorado y aceptó vivir con él en casa de su familia política. Al cabo de un tiempo, su relación con sus cuñadas se deterioró. Y, por si fuera poco, su suegra se inmiscuía en sus disputas. Siempre que M. y sus hijas discutían, ella se ponía de parte de sus hijas. Aunque había apostatado, su suegra siempre aprovechaba estas disputas para recordarle que no era más que una cristiana, y que por su culpa las actividades económicas de su familia estaban bloqueadas.

Un día, M. y sus cuñadas volvieron a tener problemas. Como era de esperar, su suegra intervino. Y lo que es más grave, ella y sus hijos pegaron a M. Harto de tantas discusiones, el marido de M. decidió abandonar el hogar familiar. Alquiló un piso pequeño y se mudó con su mujer y sus cuatro hijos. Al principio, la vida era tranquila en su casa. Sin embargo, pronto esta tranquilidad empezó a disiparse, ya que las actividades profesionales del marido de M. seguían sin prosperar. Se volvió agresivo, acusando continuamente a su mujer de ser la causa de sus problemas. Debido a todas estas agresiones verbales, M. se volvía cada vez más vulnerable. A menudo se repetía a sí misma estas palabras: «Desobedecí a mis padres para complacer a mi marido, ¡y ahora es mi marido quien me da la espalda! ¿A quién voy a recurrir ahora? Para evitar la mórbida soledad que empezaba a abrumarla, M. se acercó a su vecina Madeleine, miembro de una asociación religiosa. La alegría de vivir de Madeleine era tan fascinante que un día M. le preguntó: «A mí también me gustaría hacerme miembro de vuestra Asociación de Mujeres Católicas. Siempre estáis alegres en este grupo y, cuando volvéis de vuestros encuentros, se os nota la alegría en la cara. Siento que hay algo bueno en vuestra asociación». Madeleine le respondió entonces: «No puedes unirte a nuestra asociación porque ya no eres cristiana. Pero le haré llegar tu petición a nuestra presidenta y ella verá qué puede hacer por ti».


Por aquél entonces, yo era la Presidenta de las Mujeres Católicas de la diócesis de Ziguinchor. Cuando Madeleine me habló de M., primero quise conocerla. Durante nuestra conversación, me di cuenta de que M. no sólo quería ser miembro de nuestra asociación, sino que deseaba también encontrar a su Señor. Sobre todo porque su marido ya no la respetaba. Pensaba dejarlo, pero era su precaria situación la que la mantenía a su lado.


Tras nuestra conversación, le expliqué a M. que su regreso a la Iglesia católica llevaría algún tiempo, ya que requiería la intervención de un sacerdote. Por otra parte, haríamos todo lo posible para apoyarla en sus cuestiones de fondo. Mientras tanto, M. ha vuelto a frecuentar la Iglesia católica, y la Asociación de Mujeres Católicas de Ziguinchor la ha autorizado a asistir a algunas de sus reuniones. Para mantenerla al día, le pagué la cuota y le regalé el pagaré de la asociación.


En casa, la violencia del marido de M. se intensificaba. Prometía ya, echarla de casa a ella y a sus hijos. Gracias a Madeleine, M. pudo encontrar un trabajo que la independizó definitivamente. En 2020, volvió oficialmente a la Iglesia católica y se convirtió en miembro de la Asociación de Mujeres Católicas de Ziguinchor. También fue elegida miembro de la oficina de esta asociación, y realiza una notable labor en este campo. En 2022, M. terminó por dejar a su marido. Gracias a la Iglesia y a la Asociación de Mujeres Católicas, ella y sus hijos han encontrado la estabilidad.


Proclama en voz alta que gracias a la mano tendida de sus hermanas en Cristo ha vuelto a encontrar la paz. Ahora que Dios le ha devuelto su dignidad, quiere ayudar a los necesitados.


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